jueves, 6 de septiembre de 2012

Alto sobre el viento del Caribe

Nancy almorzaba tranquila. ¿Desde cuándo el mundo se había vuelto un lugar tan complicado? Después le pareció que el mundo es una cosa grande que dura mucho tiempo, y que es medio injusto echarle la culpa de nada. Los que son complicados son los hombres.

¿Por qué tenían los hombres que ser tan difíciles, tan vuelteros, tan podridos? Después pensó que más le convenía tranquilizarse. ¿No estaba tranquila ella, ahora, descansando, a kilómetros y kilómetros del hombre más cercano? Sí, ella descansaba. Y estaba sola.

El cielo brillante del Caribe se empezó a poner negro. Nancy al principio no se dio cuenta. Los hombres lo tenían todo, pensó, pero se habían perfeccionado en el arte de mandar todo a la mierda. Ella por un tiempo los aguantó, y ellos supieron amarla y le dieron mil cosas. La mayoría de las veces, cosas que ella no necesitaba, cosas que ellos necesitaban que ella tuviera.

Como ese nombre boludo. "Nancy". No es que fuera feo, sino que ella estaba muy contenta con el número de nombres que tenía antes de que vinieran a decirle que ella ahora era "Nancy". Nancy conocía el número justo de nombres que hay que tener. Fue entonces que los aparatos empezaron a descender hasta hacerse visibles, grandes como las nubes de invierno. Nancy ni se mosqueó. Ella no era muy de mirar hacia arriba.

Y si pasaba algo terrible, como lo que Nancy sentía que podía pasar cualquier día, ¿había que sentir lástima por los hombres? Se sabe que ellos se lo estaban buscando. Con sus maneras ridículas y sus ganas de hacer sufrir todo lo que se cruzan. Ella había sufrido mucho por culpa de los hombres. A veces, por las noches, cuando estaba muy nerviosa, se tranquilizaba pensando que algún día ellos no iban a existir más.

Los aparatos gigantes empezaron a brillar en el cielo. Flotaban como si fueran viento, y como si fueran lluvia tronaban sin parar. Nancy no podía entender lo que pasaba, pero sentía muy adentro suyo que algo estaba por salir terriblemente bien. A los hombres, pensó ella, les hubiera sido tan fácil hacer las cosas bien… Pero no. La tuvieron que cagar. Y acá estaba el resultado.

De los aparatos cayeron millones de rayos brillantes y ensordecedores, que golpearon la tierra a lo lejos con una violencia purificadora. Nancy estaba contenta, pero no sonrió. No era muy de sonreír. Los aparatos danzaron entre sí, intercambiaron lugares, fueron esparciendo su luz por todos los rincones de la tierra que los merecían. Todos muy lejos de donde Nancy estaba.

Cuando los rayos pararon, los aparatos ascendieron nuevamente y se perdieron de vista. ¿Iban a volver algún día, ahora que no existían hombres sobre la faz de la tierra? ¿Iban a esperar, quizá, a que la naturaleza borrara sus cuerpos también, sin dejar rastro? A Nancy no le preocupó tanto. Los hombres la habían amado, pero también la habían hecho sufrir. Y ahora ella no se tenía que preocupar más por nada.

Miró al horizonte un rato hasta que se aburrió, y después se puso de nuevo a pastar.


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