viernes, 27 de julio de 2012

Yoél Nosustellos, el soltero más codiciado


Comentando en Parsing interaction in Emily Short’s Bee (de Alex Pieschel en Games that exist) recordé un par de cosas sobre la génesis de mi cuento/juego Úrquel, el dragón negro.

El cuento en realidad empezó como no mucho más que un chiste. En toda la literatura interactiva que conozco, cuando apenas aparece la palabra "vos", ya todos sabemos que ese chabón "vos" es el personaje cuyas acciones van a estar controladas por el lector. Me pareció interesante que un lector, conociendo esta costumbre, se pusiera a jugar un cuento en el que poco a poco va descubriendo que el personaje que controla no es ese "vos", sino algún otro personaje menos importante.

En realidad la consideración la había estado pensando desde hace mucho tiempo, más como una queja que como un chiste. Me parecía ridícula esa costumbre de siempre traer a cuento a esa segunda persona del singular que siempre, sin excepción, termina determinando cuál es el alcance del lector en una historia interactiva. La idea original había sido crear una aventura de texto en la que el jugador pudiera controlar las acciones de varios personajes, o incluso del ambiente. Me quedó eso pendiente.

Estoy contento de ver cómo mis consideraciones generales sobre diferentes formas de arte pueden llevarme a crear mis propias obras para subvertir las costumbres narrativas que no me gustan. Me hace sentir que mis horas de pensar acerca de estas cosas no se pierden en la nada, sino que terminan volviéndose objetos que otras personas, con suerte, pueden disfrutar.

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